ZEUS Y GANÍMEDES: EL AMANTE GAY DEL REY DE LOS DIOSES
En la mitología griega Zeus es el "padre de los dioses y los hombres". Este gobernaba a los dioses del monte
Olimpo como un padre a una familia. Se le ha llamado también el "Rey de los dioses" que
supervisaba el universo. Pero los dioses griegos sufrían de pasiones
como los humanos, tenían deseos, sentían ira, envidia, celos. Lo que incluimos
a continuación es un recuento de los mitos e historias que hablan de Zeus y el
humano de quien se enamoró, Ganimedes.
En las amplias llanuras a
los píes del Monte Ida, el Rey Tros, enamorado de la hija de la Diosa del Río,
se entregó al amor. Su producto, un niño de cabellos dorados llamado Ganimedes,
creció para convertirse en un joven ágil y un diestro cazador.
Su belleza no tenía
comparación, porque era el más hermoso nacido de la raza de los hombres, y
hacía girar la cabeza de cada Troyano. Ganimedes empleaba sus días corriendo
por las laderas del Monte Ida, fijando sus perros en los cornudos ciervos,
debatiendo con sus tutores, o corriendo y luchando desnudo con sus amigos en el
polvo y el sol. Entonces se alejaba para sumergirse en las claras aguas primaverales
de la montaña, lejos de las miradas de la multitud.
Pero los ojos del sabio Zeus
se fijaron en el príncipe. Dejándose llevar por un río de deseo, el Dios desató
una fiera tormenta eléctrica y tomó la forma de aquel águila que carga sus
rayos. Negras nubes se enrollaron en torno al Monte Ida, viento y centellas se
encresparon sin piedad. De repente un águila masiva se abalanzó sobre Ganimedes.
Tomó suavemente al joven y lo posó a horcajadas sobre su espalda, y se lanzó
nuevamente dentro del viento. Los viejos tutores alzaron sus manos al aire
impotentes, los perros ladraban ferozmente al cielo, todo en vano.
Tan rápido como el
pensamiento el ave majestuosa aterrizó, Ganimedes estaba asombrado de encontrase
entre las mansiones de cristal del Olimpo. Hecho Dios otra vez, Zeus abrazó al
príncipe y lo recibió con lujosos regalos. Otorgó inmortalidad al sorprendido
mortal, y le concedió juventud eterna también, para que así su belleza no se
desvaneciera. Pero el mayor honor lo guardó para último. Zeus nombró a
Ganimedes como el copero de los dioses. Ningún banquete podía celebrarse en el
Olimpo sin él, a quien se le confió mesclar el néctar mágico y servir a cada
Dios su porción. Ganimedes se paseaba por el Olimpo con una amplia sonrisa en
sus labios, muy complacido con sus regalos, impaciente de poder codearse con
los inmortales.
Los inmortales estimaban al príncipe
Troyano por su belleza y lo recibieron con brazos abiertos; todos excepto Hera,
legítima esposa de Zeus. Cuando Ganimedes fue a servirle, la Reina de los
Dioses le retiro su mano, rechazó su néctar. Entonces, cegada por la rabia de
sus celos, la emprendió sobre Zeus: "¿Cómo te atreves a traer entre
nosotros a este mísero mortal? !La misma gloria de los cielos han ensuciado!" Zeus, indiferente, lanzó frente a su cara que
le gustaban los besos del joven. Y como fuego lanzado contra ella, el Dios
mantuvo al príncipe rubio como su querido, y lo lleva su cama.
A Ganimedes no le faltaba
nada en el Olimpo, y nunca estaba solo. El y el joven Eros se volvieron mejores
amigos. Cada vez que tenía la oportunidad los jóvenes se iban solos, lanzando
dados por horas y horas. Eros, sin embargo, era un jugador muy mañoso: vencía a
Ganimedes cada vez, dejándolo sin dinero y furioso. El astuto pequeño dios
sonreía para sí mismo, sabiendo muy bien que había engañado a un principiante.
Desde el momento en que el
Rey Tros descubrió que su hijo había sido robado, una pena inconmensurable
llenó su corazón. Lloró lagrimas amargas, desesperado por saber a donde había sido llevado su hijo por el remolino
enviado del cielo. Se le olvidó dormir, se olvido de la comida, y lo lloró día
y noche. Zeus vio su sufrimiento y tomó pena del hombre. Envió a Hermes para
dejar saber al hombre que su hijo era como un Dios ahora, inmortal y joven para
siempre. Zeus le concedió además riqueza. A cambio por haber robado a Ganimedes
le concedió un viñedo de brillante oro que siempre otorgaba frutas, y unos fabulosos
caballos, los más finos bajo el cielo, los mismos que cargaban a los
inmortales. Cuando Tros descubrió de la gloria de su hijo, se gozó y condujo
sus caballos tan rápido como el viento, todas sus penas ahora tornadas en gozo.
Pero Hera tenía sed de
venganza. Ni por un momento había olvidado de la humillación que había sufrido.
Imparable, la brutal Reina de los Dioses fue tras el novio de Zeus. En su furia
agitó a todos los Griegos en una frenética campaña en contra de la tierra de
Ganimedes. Este vio en horror como los Griegos asesinaban sus parientes, amigos
y a toda la raza Troyana. Todo lo que Zeus pudo hacer fue tirar un velo de
nubes sobre la carnicería para proteger al joven de la sangrienta escena. Para
proteger a Ganimedes de la furia de Hera, lo ubico lejos de su alcance para
siempre. Envió a su amado a las estrellas, convirtiéndolo en la constelación de
Acuario, el aguador de los cielos.
Tomado de: The
World History of Male Love
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